martes, 2 de abril de 2013

Bitácora. Parte VI. Milán.

La llegada a Milán tenía lugar en la mañana. El clima era perfecto, me sentía de vuelta en España. El trayecto habían sido 14 horas de las cuales dormí 10 de forma ininterrumpida. Mi posición natural de sueño pasaba a ser recostado en los asientos de un autobús. Espero volver a acostumbrarme a dormir en una cama.

Me saco el abono diario del Metro de Milán para ir desde la estación de autobuses al centro. Había contactado a un buen colega de mis tiempos londinenses para que me orientara sobre que ver en la ciudad. Paseo por el centro, voy a la Cátedral, al mítico Duomo, así como al Palacio Real de Milán. Nada del otro mundo, pero estas eran atracciones secundarias, aguardaban dos sitios supuestamente sagrados.

De allí a recorrer Parque Sempione, Arco Sempione (Erigido por Napoleón) y el Castillo Sforzesco (Que era libre de entrada!), todo en el centro. Tampoco eran nada del otro mundo. Después de ello, parada en una Paninería. Italia tiene un concepto de comida que simplemente me encanta, hasta podría vivir allí. Milán como ciudad no tiene mucho que recorrer, no es Florencia ni Roma, es el centro industrial de Italia. Como Manchester, pero no tan gris.

La próxima parada es la Iglesia de Santa María de la Gracia, mejor conocido como la casa de La Útima Cena de Leonardo da Vinci. Recomiendo si alguien viene a Milán hacer cita previa de venir a este lugar. Así no tienen que aguantar la cola que yo aguanté. El cuadro en sí impresiona por su significado histórico, pero para quienes como yo no somos fanáticos del arte, no son más que trece tipos pintados en una mesa. Sí, me he cargado a La Última Cena.

De allí tocaba ir al verdadero motivo de visita en Milano, el estadio de San Siro, templo del fútbol mundial. Primero la visita por fuera, se impone sobre el barrio. El interior es igual de impresionante. Los vestuarios molan, tenían vestuarios para el Inter y para el AC Milan, los niños (Y yo!) se peleaban por tomarse fotos en el asiento de Balotelli. Balotelli es increíble. Balotelli es Dios. En San Siro, mal llamado Giuseppe Meazza, se respira fútbol. El museo del Estadio también impresiona, la parte del Inter debería ser un cuarto anexo al del AC Milan. Al entrar sonaba el himno del ManU, después el del Barça, después escuché "Athleeeeeeeeetic! Eup!" y se me ponía la piel de gallina, como si estuviera en San Mamés. Es el Athletic Club de Bilbao, es un sentimiento, no trates de entenderlo. También pusieron el del Centenario del Sevilla, el himno de fútbol más hermoso del mundo, otro que acelera el pulso.

Tocaba buscar algún lugar donde comer y recargar baterías. Se comía de maravilla en casi todos lados, como en Inglaterra, sarcasmo absoulto. En Milán volví a hablar Italiano, que ahora era mi intento de mezcla de Italiano con Inglés con Español. Siempre me echo unas buenas risas con el idioma, había perdido mi fluidez en el mismo. El nivel de Inglés de la ciudad por lo general es deprimente, los turistas sufrían, yo iba directo a hablar en Italiano antes que en Inglés. No hablé de ello en los artículos anteriores, el Inglés en Austria y Alemania era decente; el de Suiza era lógicamente impecable. El de Italia recordaba al de España.

Italia mola en líneas generales, la recorreré de punta a punta sin pasar por Roma, ciudad que no puedo visitar por razones personales. Es como España pero con menos patatas, más tomate y hablando en Italiano. Me gusta más que Inglaterra o Francia, por ejemplo, aunque juzgar Italia por Milán es subjetivo. Independencia para Lombardía. Sin embargo, su situación actual no es la mejor, y es un país que cae en los vicios de todo país Latino, los mismos vicios por los cuales me iré a vivir a Múnich, Zúrich o Copenhagen.

Tocaba pasar la noche en el Aeropuerto de Bergamo, ningún enchufe disponible hasta las 4 de la mañana. Mi vuelo, a las 7. Destino: Santander.

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