lunes, 18 de marzo de 2013

Alfie. Hitch.

Crecer humilde y nunca olvidar los orígenes. Nunca dejar que lo que el resto del mundo pensara de él le afectara. Convertir la atorrancia y la pedancia en formas de intelecto único. Salvaguardar y transformar los ideales de un país de forma simultánea, un país ahogado dentro de baños sociales.

Saber reinventarse, saber botar la casa por la ventana cuando se tenía un buen pálpito, saber distinguir la perfección de la mediocridad en cuestión de segundos. Saber adaptarse a intelectos mediocres, propios de los valles californianos y de una decadente sociedad que se criaba a base de hamburguesas baratas.

Añadirle vértigo a la pausa, para devolverle pausa al vértigo. Esperar lo inesperado. Meterse en papeles que no le correspondían para el mejor entendimiento de sus obras. Caer en lo más sórdido y mórbido posible sin perder la gracia y la elegancia en el relato. Convertir al ego y a la terquedad en algo admirable, hacer de ello un valor positivo y una cualidad envidiable.

Visualizar los gritos de la audiencia antes de que sucedan, burlar aduanas francesas, repulsiones hacia los aspectos más ordinarios, simplificación de lo complejo y estratificación de lo simple.

Adelantado a su época. Atrasado respecto a su época. Perpetuo en el tiempo. Otros intentarán crear suspenso, pero no habrá otro Master of Suspense. Siempre será el mejor y el más único. Sólo habrá un Alfred Hitchcock.


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